jueves, 21 de marzo de 2013

DESPEDIDA


Y RESUCITARÁ EN EL EXILIO
Por Jorge Rodríguez Hidalgo


            Cuando el poeta Antonio Tello ponga un pie en la escalerilla del avión que lo traslade a Argentina, sufriremos una forma de orfandad que creíamos olvidada desde que otro Antonio, poeta también, hubiera de abandonar España en 1939 y tras él centenares de miles de vencidos ciudadanos, además de la mayor parte de los intelectuales españoles. Físicos, médicos, biólogos, ingenieros, poetas, filósofos, pintores, humanistas de toda suerte, profesionales sin número, brazos generosos, hombres solos, hombres con nombre y sin nombre, hombres con cultura y sin ella (¡hombres, nada menos!), sabios todos ellos... Parte de la savia de la Segunda República fue “a dar en la mar” a punta de pistola y bomba (¡Federico, Miguel, escribid, escribid!), de cerrazón y “sacristía”; el río de los exiliados se ramificó ad infinítum y en tierras acogedoras y con gentes de liberalidad excepcional halló la forma de no malbaratar su riqueza cultural, pese a llevar en el escaso equipaje el cadáver de su vida afectiva y emocional.
            Hoy, casi tres cuartos de siglo después, los mismos hombres se constituyen en el mismo río de exilio, empujados esta vez por la sorda y ciega pseudodemocracia de los villanos de la alta política y las altas finanzas (altamar envilecida, alta mierda constitucional). Hoy, como ayer, o hace apenas unas horas (Gabriel Celaya al fondo), el hambre y la miseria empujan al abismo a nuestros conciudadanos y los obliga a poner pies en polvorosa. Nuestros familiares, nuestros amigos y nuestros vecinos son transterrados sin remedio haciéndoles creer que en verdad poseen espíritu de robinsones.
            Don A. Machado y don Antonio T., derramándose de nuestro pensamiento, vienen a convergir en mala hora en el exilio que, como premio al talento y la bonhomia, las sociedades embrutecidas obligan a emprender. Los militares comandados por el rebelde general Franco apuntillaron al autor de “Campos de Castilla” treinta años antes de que  los militares argentinos casi lo lograsen con el padre de “El día en que el pueblo reventó de angustia”. Mala hora, la del exilio (hay hombres que, como el dios de Vintila Horia, parecen haber nacido en el exilio). Cuando el poeta Tello ponga un pie en la escalerilla del avión que lo traslade a Argentina, principiará el exilio de su exilio. Este segundo exilio, sofisticado y refinado, correrá a cargo de la ignorancia, la incultura y la indolencia del mal llamado pueblo soberano español. Cómo puede ser soberano un pueblo que ignora obras sólidas como la de Antonio Tello; cómo puede ser soberano un pueblo que se entretiene con los folletines y ripios de juntaletras y poetastros; cómo puede ser soberano un pueblo que, sodomizado a diario por la superestructura, otorga sin grandes muestras de disgusto; cómo puede ser soberano un pueblo que no lucha por la supervivencia de todos sus hijos; cómo puede ser soberano un pueblo que sólo acepta a los héroes; cómo puede ser soberano, en fin,un pueblo que vende y compra hijos en el mercado de valores... bursátiles.
            Cerca de cuatro décadas de civismo en Barcelona y una obra literaria de primer orden; cuarenta años de magisterio práctico en el maltratado mundo de las letras; toda una vida de altruista participación en instituciones culturales... Nada ha servido a Antonio Tello para meritar la atención de la jerarquia política, cuya secular sevicia sigue aniquilando a los mejores de entre los mejores, cual Saturno despiadado.
            Cuando el poeta Tello ponga un pie en la escalerilla del avión que lo traslade a Argentina, nadie podrá decir adiós, pero tampoco hasta la vista. Recitaremos, eso sí, quedamente, el sencillo verso que, a modo de capital poético, don Antonio Machado atesoraba en sus bolsillos al cruzar la frontera francesa: “Estos días azules y este sol de la infancia”. Porque el poeta Tello ya no es ni de aquí ni de allá, porque es de aquí y de allá al mismo tiempo.Conocedor profundo de Homero, Cervantes, catador borgiano o juanramoniano, es él un hito que sólo quienes hablan “en necio” se han empeñado en ignorar, ocupados como están en los laureles de los mesías del músculo. León él en la sabana tórrida de la escritura en español, su gesto último le emparentará definitivamente con el hidalgo más ilustre que han conocido los tiempos: aquel Caballero de la Triste Figura, aquel exiliado de la razón perversa y desaforada, también llamado el Caballero de los Leones. Sea ahora don Antonio nuestro hidalgo allende el mar y resucite la locura del demiurgo,invierta el tiempo, la sustancia de la razón invierta.
            Y sin más, este hidalgo de devengar quinientos sueldos, no dejará que ensayemos una muerte fingida, la muerte de los adioses tras los escarnios. Al contrario, un punto solemne, volverá a recordarnos: “Más allá, continúa la batalla. Más allá”.